Se ofrecieron premios a la natalidad sobre todo a matrimonios jóvenes, se eximieron de impuestos a jefes de familia con una prole numerosa (12 o más hijos y nietos), se dieron facilidades a extranjeros para establecerse en España y naturalizarse, con la única salvedad de que profesasen la religión católica. Así fue que no pocos irlandeses, bávaros, flamencos, suizos, franceses que poblaron las filas de Reales Ejércitos y de la Administración, así como también ocuparon puestos de trabajo en las manufacturas, el comercio y en la agricultura.
En el siglo XVIII España no estaba menos despoblada que otros países europeos, aunque no podía equipararse en densidad demográfica ocn Francia, italia e Inglaterra.
Distribución social en el siglo XVIII:
Reducida a 1/3 del total la población masculina notoriamente útil, la composición social era la siguiente en 1787:
Nobles - 15%
Eclesiásticos - 5%
Militares - 2%
Empleados de la administración pública - 1%
Artesanos y comerciantes . 10%
Campesinos - 60%
Criados y domésticos - 7%
La nobleza española
En 1789 la nobleza española se hallaba representada por 119 "grandes", 535 títulos de Castilla y medio millón de hidalgos aproximadamente. O sea que de cada 20 habitantes del país, uno era noble.
Los "grandes" eran llamados "primos" por el rey, integraban el cortejo real y ocupaban los más elevados cargos del palacio y otras delegaciones representativas de la autoridad real. Por ejemplo, eran embajadores o virreyes.
Teóricamente había tres clases de grandeza:
Pertenecían a la 1ª, los de creación más antigua, como los Duques de Arcos, Béjar, Infantado... Los Condes de Aguilar y Benavante. Aunque Manuel Godoy fue de una vez Grande de 1ª porque así lo quisieron Carlos IV y María Luisa de Parma.
Pertenecían a la 2ª: las familias nobles de Castilla y Aragón que obtuvieron tratamiento de Grandes bajo los Austrias, como los Duques de Medinaceli.Los títulos de Castilla eran en general los barones, vizcondes y marqueses.
Pertenecían a la 3ª - Los Grandes de España de más reciente creación.
Los titulados tenían el tratamiento de usía ("vustra señoría").
Prestaban juramento al heredero del trono de mano de los Grandes, quienes a su vez lo prestaban al rey.
Respecto al tema de la herencia, a falta de varones, la hija mayor llevaba el título a casa de su marido.
La concesión de títulos nobiliarios otorgaba al monarca un medio de recaudar dinero, ya que el beneficiario abonaba una cantidad equivalente a 6 meses de sus réditos y se inscribía en las listas de la nobleza para pagar el impuesto de lanzas.
Los hidalgos eran los nacidos de legítimo marimonio de padre hidalgo. Sin embargo, el soberano podía crear hidalguías o legitimar las de procedencia dudosa.
La aspiración a la hidalguía estaba muy extendida entre los españoles por pura vanidad y también para gozar de sus privilegios:
- están excluidos de hacer el servicio militar
- no podían ser encarcelados por deudas
- su casa, caballos y armamento eran inembargables por delitos criminales; solo el Alguacil mayor de la audiencia podía detenerlo.
- podían esculpir en la puerta de su casa el blasón de su abolengo y recibir de todos el tratamiento de Don.
La aristocracia española mantenía en el '700 su tradicional influjo sobre la sociedad, a través de sus jurisdicciones y señoríos, y bajo la garantía económica de sus mayorazgos y vinculaciones civiles. Pero la fuerza social de la nobleza no significaba ningún poder político directo, por más que los monarcas absolutos la utilizasen para determinados menesteres del gobierno o de la administración y, desde luego, su presencia en palacio fuese indispensable para el esplendor de la corte.
La nobleza española le daba mucha importancia a la educación porque tenía una mentalidad exacerbada de formar una clase aparte, muy por encima del pueblo.
Felipe V había fundado en 1725 el Seminario de Nobles bajo el cuidado de la Compañía de Jesús que instruía en latinidad, retórica, matemática, física, arte, náutica y lo más nuevo en pedagogía.
Felipe V había fundado en 1725 el Seminario de Nobles bajo el cuidado de la Compañía de Jesús que instruía en latinidad, retórica, matemática, física, arte, náutica y lo más nuevo en pedagogía.
El el siglo XVIII en España cuajó el tipo de noble aficionado a la cultura y, sobre todo, admirador de los adelantos científicos y a veces, él mismo investigador aficionado.
El más famoso fue el marqués de Peñaflorida, fundador de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, que introdujo en el Real Seminario de Vergara la enseñanza de la química y de las ciencias aplicadas.
El afán de aparecer como ilustrado fue bastante generalizado entre los nobles durante los reinados de Fernando VI y Carlos III.
Paralelamente a esta filosofía aristocrática, se dio en España una ola de anticlericalismo y de escepticismo religioso entre las clases altas (bastante menos que en otros países europeos).
La afición a las sociedades secretas era muy corriente entre algunos nobles, quienes retenían libros irreligiosos e inmorales, estampas y grabados licenciosos y pinturas obscenas, importados casi siempre de Francia.
El conde de Aranda fue el primer gran masón español.
Esta relajación se acentuó a medida que el afrancesamiento fue extendiéndose a círculos menos secretos de la aristocracia española. Entonces se produjo, por reacción, un fenómeno curioso: la imitación por los nobles de las clases bajas de la sociedad, interpretando el gesto como símbolo de españolismo.
Se da entonces el "achabacamiento" de la alta sociedad, que juega a imitar el proceder de los barrios bajos, a reírse y celebrar los chistes de la clase ordinaria, a disfrazarse de chulo.
La duquesa de Alba por ejemplo, fue retratada por Goya como "maja", mujer popular que se engalana para que la miren.
Examinando Dupréel de un modo general el problema de la inmovilidad cultural, le señala una doble raíz: la tendencia al mínimo esfuerzo y un sentimiento de superioridad. No se quiere cambiar porque se cree estar en posesión de la verdad.
Hubo en la España de los primeros Borbones unos sectores francamente deadentes y anquilosados y otros que mostraron vitalidad y capacidad de renovación, pero el conjunto produce una impresión opaca, gris.
La mendicidad en la época de los Borbones
Lejos de significar una deshonra, era una práctica muy extendida en la España de aquel tiempo. Los conventos la fomentaban indirectamente con la distribución de alimentos a los menesterosos y viandantes.
Los frailes de San Francisco o de Santo Domingo, pertenecientes al fin y al cabo a las Órdenes mendicantes, recorrían las ciudades y los pueblos españoles en busca y solicitud de limosnas, ofreciendo como recuerdo un relicario, una virgen de cobre o madera o un Cristo.
La mentalidad del estamento eclesiástico
Una inclinación natural, producto de un sentimiento místico colectivo, tanto como un cierto desgano para el trabajo mecánico, empujaba a los españoles a abrazar el estado eclesiástico desde siempre, seguramente por la relativa facilidad con la que se podía
Examinando Dupréel de un modo general el problema de la inmovilidad cultural, le señala una doble raíz: la tendencia al mínimo esfuerzo y un sentimiento de superioridad. No se quiere cambiar porque se cree estar en posesión de la verdad.
Hubo en la España de los primeros Borbones unos sectores francamente deadentes y anquilosados y otros que mostraron vitalidad y capacidad de renovación, pero el conjunto produce una impresión opaca, gris.
La mendicidad en la época de los Borbones
Lejos de significar una deshonra, era una práctica muy extendida en la España de aquel tiempo. Los conventos la fomentaban indirectamente con la distribución de alimentos a los menesterosos y viandantes.
Los frailes de San Francisco o de Santo Domingo, pertenecientes al fin y al cabo a las Órdenes mendicantes, recorrían las ciudades y los pueblos españoles en busca y solicitud de limosnas, ofreciendo como recuerdo un relicario, una virgen de cobre o madera o un Cristo.
La mentalidad del estamento eclesiástico
Una inclinación natural, producto de un sentimiento místico colectivo, tanto como un cierto desgano para el trabajo mecánico, empujaba a los españoles a abrazar el estado eclesiástico desde siempre, seguramente por la relativa facilidad con la que se podía