miércoles, 17 de septiembre de 2014

El problema de la unidad/fragmentación de España a través de la mirada del historiador Pierre Vilar

En su "Historia de España" -que va desde los orígenes del pueblo español recorriendo varios siglos hasta concluir  con el final de la dictadura franquista y el ascenso de Adolfo Suárez en 1976- el historiador Pierre Vilar constata una problemática presente en todo el proceso histórico español: la lucha y las contradicciones entre el arcaismo de las regiones rurales, y la vitalidad y dinamismo de las zonas marítimas, que tiene como eje central el problema de la unidad de España, los nacionalismos regionales, la autonomía, que hasta hoy constituyen problemas aún no superados.

Este historiador pone particular énfasis en las características geográficas del territorio:

"España o goza de ningún sistema coherente de vías naturales... la Península es "invertebrada"... ha sido víctima de la impotencia excesiva que tiene en su estructura física la armazón ósea de su relieve, con daño para sus órganos de producción, asimilación, de intercambio, de vida..."

La España central carece de medios y alimenta a pocos hombres. Tiene poca comunicación con el extranjero, adaptándose con grandes retrasos a la evolución material y espiritual del mundo.

La España marítima peninsular, antítesis de la España central, es rica y dinámica. De sus puertos salió el espíritu aventurero de la conquista de oriente y occidente.

Por último, la España del litoral se aisla y fragmenta por las características propias de su relieve.

Según el autor, es a partir de los Borbones con su política progresista y renovadora, que la unidad española logra ser afirmada y hay una aparente adaptación del país al capitalismo.
Sin embargo, las reformas resultaron ser débiles frente a una realidad reforzada por una mentalidad aplastante: "las taras de la decadencia no han desaparecido... y la masa española sigue siendo más sensible a los llamamientos del fanatismo misoneísta que a las lecciones, algo pedantes es verdad, de los escritores ilustrados".

El nacimiento del capitalismo exigía que el mendigo se convirtiese en asalariado.
Esa transformación fracasa en España porque no está en "su temperamento".
En su libro ·Crecimiento y Desarrollo" analizando el "siglo de oro" español, plantea la complejidad del tema: 
"... la historia del siglo de Oro español es un apogeo del irrealismo que corresponde perfectamente a los fundamentos cada vez menos realistas de la economía y de las relaciones sociales, en una España que se había tornado parasitaria y anacrónica" (...) "una sociedad en la que abunda lo pintoresco y más amable -en algunos aspectos- que la sociedad puritana, pero que bajo otros aspectos está podrida y en todo caso condenada... desvinculada de la realidad.
La España de 1600 prefirió soñar, y en realidad fue un sueño largo que duró gran parte del siglo XVIII y XIX, despertándose (salvo honrosas excepciones) con un Imperio hacía tiempo totalmente derrumbado.

Al decir de Eduardo Galeano, España es una paradoja.
España es rica y es pobre. España tiene "las Indias", y es "Las Indias del extranjero"; España banquetea y muere de hambre.

El tema de la unidad española versus regionalismo. España negra vs España roja, se volvió a plantear durante la guerra civil de 1936.

La reacción de vascos y catalanes fue psicológicamente nacional, logrando aglutinar católicos fervientes con militantes anticlericales en torno al sentimiento  regionalista de la defensa democrática. Se trataba de un nacionalismo ligado a los intereses populares y una unidad real de las autonomías regionales y la nación.
La España negra hablaba también de nacionalismo pero éste era entendido como una unidad total, en contra de los nacionalismos locales, retomando los principios más retrógrados de la España Central, rural y atrasada, confundiendo en una unidad patria y religión.

Jaime Vicens Vives, en su "Historia de España y América" (vol IV) señala cómo en 1787 quedaban todavía:
191.161 eclesiásticos, 480.589 hidalgos, 500.000 profesionales liberales, 1.150.000 personas que vivían de rentas propias o del dinero de otro o del Estado, sin producir por sí mismos, lo que constituía un 30% de la población adulta masculina (recordemos que las mujeres no podían trabajar).

La mentalidad aristocrática queda patente cuando se analizan las razones, por ejemplo, para aspirar ser hidalgos.
Además del privilegio de quedar excluidos del servicio militar, o el derecho a no ser encarcelado por deudas y sus bienes inembargables, era por "pura vanidad": para esculpir en su puerta el blasón de su abolengo, y recibir el tratamiento de "Don".
El afán era "parecer" ilustrado, no serlo. Seguir una "onda" iluminista, diletante, sin consecuencias en la realidad.
Como ha señalado el historiador argentino Tulio Halperin: "Esa época es en España singularmente pobre en teorizaciones estrictamente políticas". "...Basta ver la sorpresa indignada con que muchos de los empedernidos lectores de Rousseau vieron la caída de la monarquía francesa, para advertir que hallaban algo de inesperado en el hecho mismo de que esas ideas que habían logrado atraer su interés tuviesen consecuencias concretas, precisamente porque las habían creído desprovistas de éstas".
El censo de 1787 que mandó a hacer Floridablanca registra un aumento de 8.800 empleados inútiles en 20 años.

Es contundente por lo solitaria la opinión de Luis Ortiz en su Memorial para que no salga dinero del Reino presentado a Felipe II:
Considerando que las materias primas de España y de las Indias occidentales son adquiridas por las naciones extranjeras por un ducado, y luego éstos manufacturan artículos que después venden al nuestro por diez o cien ducados, España están sufriendo lo que antes América con España mediante la compra de productos manufacturados con sus propias materias primas. "España está enriqueciendo a las naciones y convirtiéndose en el hazmerreir de las naciones".

La inmensa mayoría de los españoles se conformaba con ver transcurrir sus días en el estado que Dios le había colocado... y si el artesano o campesino deseaba para sus hijos un porvenir mejor, solía concebirlo bajo la forma de un puesto en los grados inferiores de la administración o del clero.