lunes, 26 de mayo de 2014

Siglo XVIII. España. Despotismo ilustrado. Política demográfica de los Borbones. La nobleza española

Convencidos de que una nutrida población era la base de la riqueza del país y de que en ella debían descansar sus ambiciones políticas, los Borbones dictaron varias medidas conducentes a incrementar el nivel demográfico de España.
Se ofrecieron premios a la natalidad sobre todo a matrimonios jóvenes, se eximieron de impuestos a jefes de familia con una prole numerosa (12 o más hijos y nietos), se dieron facilidades a extranjeros para establecerse en España y naturalizarse, con la única salvedad de que profesasen la religión católica. Así fue que no pocos irlandeses, bávaros, flamencos, suizos, franceses que poblaron las filas de Reales Ejércitos y de la Administración, así como también ocuparon puestos de trabajo en las manufacturas, el comercio y en la agricultura.
En el siglo XVIII España no estaba menos despoblada que otros países europeos, aunque no podía equipararse en densidad demográfica ocn Francia, italia e Inglaterra.

Distribución social en el siglo XVIII:
Reducida a 1/3 del total la población masculina notoriamente útil, la composición social era la siguiente en 1787:
Nobles - 15%
Eclesiásticos - 5%
Militares - 2%
Empleados de la administración pública - 1%
Artesanos y comerciantes . 10%
Campesinos - 60%
Criados y domésticos - 7%

La nobleza española
En 1789 la nobleza española se hallaba representada por 119 "grandes", 535 títulos de Castilla y medio millón de hidalgos aproximadamente. O sea que de cada 20 habitantes del país, uno era noble.

Los "grandes" eran llamados "primos" por el rey, integraban el cortejo real y ocupaban los más elevados cargos del palacio y otras delegaciones representativas de la autoridad real. Por ejemplo, eran embajadores o virreyes.
Teóricamente había tres clases de grandeza:
Pertenecían a la 1ª, los de creación más antigua, como los Duques de Arcos, Béjar, Infantado... Los Condes de Aguilar y Benavante. Aunque Manuel Godoy fue de una vez Grande de 1ª porque así lo quisieron Carlos IV y María Luisa de Parma.
Pertenecían a la 2ª: las familias nobles de Castilla y Aragón que obtuvieron tratamiento de Grandes bajo los Austrias, como los Duques de Medinaceli.Los títulos de Castilla eran en general los barones, vizcondes y marqueses.
Pertenecían a la 3ª - Los Grandes de España de más reciente creación.

Los titulados tenían el tratamiento de usía ("vustra señoría").
Prestaban juramento al heredero del trono de mano de los Grandes, quienes a su vez lo prestaban al rey.
Respecto al tema de la herencia, a falta de varones, la hija mayor llevaba el título a casa de su marido.
La concesión de títulos nobiliarios otorgaba al monarca un medio de recaudar dinero, ya que el beneficiario abonaba una cantidad equivalente a 6 meses de sus réditos y se inscribía en las listas de la nobleza para pagar el impuesto de lanzas.

Los hidalgos eran los nacidos de legítimo marimonio de padre hidalgo. Sin embargo, el soberano podía crear hidalguías o legitimar las de procedencia dudosa. 
La aspiración a la hidalguía estaba muy extendida entre los españoles por pura vanidad y también para gozar de sus privilegios:

  • están excluidos de hacer el servicio militar
  • no podían ser encarcelados por deudas
  • su casa, caballos y armamento eran inembargables por delitos criminales; solo el Alguacil mayor de la audiencia podía detenerlo.
  • podían esculpir en la puerta de su casa el blasón de su abolengo y recibir de todos el tratamiento de Don.
La aristocracia española mantenía en el '700 su tradicional influjo sobre la sociedad, a través de sus jurisdicciones y señoríos, y bajo la garantía económica de sus mayorazgos y vinculaciones civiles. Pero la fuerza social de la nobleza no significaba ningún poder político directo, por más que los monarcas absolutos la utilizasen para determinados menesteres del gobierno o de la administración y, desde luego, su presencia en palacio fuese indispensable para el esplendor de la corte.

La nobleza española le daba mucha importancia a la educación porque tenía una mentalidad exacerbada de formar una clase aparte, muy por encima del pueblo.
Felipe V había fundado en 1725 el Seminario de Nobles bajo el cuidado de la Compañía de Jesús que instruía en latinidad, retórica, matemática, física, arte, náutica y lo más nuevo en pedagogía.
El el siglo XVIII en España cuajó el tipo de noble aficionado a la cultura y, sobre todo, admirador de los adelantos científicos y a veces, él mismo investigador aficionado.
El más famoso fue el marqués de Peñaflorida, fundador de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, que introdujo en el Real Seminario de Vergara la enseñanza de la química y de las ciencias aplicadas.
El afán de aparecer como ilustrado fue bastante generalizado entre los nobles durante los reinados de Fernando VI y Carlos III.

Paralelamente a esta filosofía aristocrática, se dio en España una ola de anticlericalismo y de escepticismo religioso entre las clases altas (bastante menos que en otros países europeos).
La afición a las sociedades secretas era muy corriente entre algunos nobles, quienes retenían libros irreligiosos e inmorales, estampas y grabados licenciosos y pinturas obscenas, importados casi siempre de Francia. 
El conde de Aranda fue el primer gran masón español.
Esta relajación se acentuó a medida que el afrancesamiento fue extendiéndose a círculos menos secretos de la aristocracia española. Entonces se produjo, por reacción, un fenómeno curioso: la imitación por los nobles de las clases bajas de la sociedad, interpretando el gesto como símbolo de españolismo.
Se da entonces el "achabacamiento" de la alta sociedad, que juega a imitar el proceder de los barrios bajos, a reírse y celebrar los chistes de la clase ordinaria, a disfrazarse de chulo.
La duquesa de Alba por ejemplo, fue retratada por Goya como "maja", mujer popular que se engalana para que la miren.

Examinando Dupréel de un modo general el problema de la inmovilidad cultural, le señala una doble raíz: la tendencia al mínimo esfuerzo y un sentimiento de superioridad. No se quiere cambiar porque se cree estar en posesión de la verdad.

Hubo en la España de los primeros Borbones unos sectores francamente deadentes y anquilosados y otros que mostraron vitalidad y capacidad de renovación, pero el conjunto produce una impresión opaca, gris.

La mendicidad en la época de los Borbones
Lejos de significar una deshonra, era una práctica muy extendida en la España de aquel tiempo. Los conventos la fomentaban indirectamente con la distribución de alimentos a los menesterosos y viandantes.
Los frailes de San Francisco o de Santo Domingo, pertenecientes al fin y al cabo a las Órdenes mendicantes, recorrían las ciudades y los pueblos españoles en busca y solicitud de limosnas, ofreciendo como recuerdo un relicario, una virgen de cobre o madera o un Cristo.

La mentalidad del estamento eclesiástico
Una inclinación natural, producto de un sentimiento místico colectivo, tanto como un cierto desgano para el trabajo mecánico, empujaba a los españoles a abrazar el estado eclesiástico desde siempre, seguramente por la relativa facilidad con la que se podía
ingresar a esa clase social, y al hecho de que la iglesia constituyera algo así como un campo neutro donde se confundían nobleza y plebe.
El 1737, a petición de Felipe V se había limitado la ordenación de clérigos inútiles o sin vocación, lográndose que disminuyera algo la cifra de 250.000 personas que integraban este estamento en el primer tercio del siglo XVIII.
A fines del siglo XVIII, pese a estas políticas para reducir su número, constituían el 1,5% de la población española.
Los recursos económicos de este estamento proveníasn de las tierras y demás bienes inmobiliarios, de los diezmos (una décima parte del producto de la cosecha, libre de gastos), las primicias (dinero o granos que representaban un tercio del valor del diezmo), ingresos por la función parroquial, limosnas y donaciones.

Las clases medias urbanas o Tercer Estado
La monarquía borbónica utilizó los diversos elementos de esta incipiente burguesía para sus empresas de renovación del Estado, en competencia con la nobleza, en cuyas filas penetró fácilmente gracias a importantes servicios que prestó a la Corona.

Los universitarios funcionaban como una corporación.
La Universidad española, mayoritariamente, se sentía aferrada a sus usos arcaicos, no admitiendo, a no ser contra su gusto, la transformación que pudiese rejuvenecerla.
Cuando hacia 1770 Carlos III ordena a todas las universidades que elaboraren planes de enseñanza nuevos, a título de consulta, la Facultad salmantina de derecho llegó a afirmar altivamente que sus enseñanzas no requerían modificación alguna y que ningún doctor de Salamanca para profesar en Derecho necesitaba servirse de obras ajenas, "bástale la Facultad -escriben los juristas salmantinos- con ser el baluarte inexpugnable de la religión". 
Con los catedráticos de la Facultad de Artes pasaba algo similar, y sólo aceptaron la inclusión de la física en el programa, que debía ser aristotélica, negando la física moderna.
En filosofía, Descartes fue rechazado, como Newton, Gassendi y la lógica de Port Royal.

"Hemos oído -dicen los catedráticos salmantinos- hablar de un tal Obbés (Hobbes) y del inglés Jean Lochio )Locke), que comprende cuatro libros, pero el primer autor es muy conciso. El segundo, además de no ser nada claro, debe leerse con extremo cuidado, y es justo que no demos dicha obra a los jóvenes y evitemos los perjuicios que podrían dimanar de su doctrina".

El número de estudiantes en el siglo XVIII era bajo, y vivían una vida muy estrecha, puesto que algunos no disponían de los ocho reales que necesitaban diariamente para su manutención.
De la Universidad salían los cargos burocráticos, los escalafones corregimentales y tenencias, los llamados "justicias", los oidores de audiencias y cancillerías, los consejeros del supremo de Castilla...
El censo de 1787 registra un aumento de 8.800 empleados inútiles en 20 años.

Jovellanos describe a unos archiveros de Simancas (pieza importante del engranaje de la administración española en aquellos tiempos):
"El secretario -dice- es un hombre respetable, de buena familia y educación, pero, a mi parecer, no muy trabajador; los cuatro empleados, además de perezosos, son ignorantes y misteriosos en extremo. Permanecen solo en la oficina tres horas por la mañana y tres horas por la tarde; los días que hay Consejo nada hacen en substancia, sino es sacar las copias que les reportan algún dinero. No es pues de extrañar que los archivos estén en mal estado, mal clasificados los papeles y que no exista otra catalogación que la antigua, que es inservible".
De poco sirvieron los buenos deseos de Fernando VI y Carlos III con su pléyade de ministros ilustrados para modernizar la administración hispana: una lucha sorda, una resistencia pasiva fue la contestación que recibieron de los elementos burocráticos, que se obstinaban en permanecer en la somnoliente inmovilidad.

El viajero Antonio Ponz anotaba: " a pesar de las sabias leyes promulgadas, los decretos y órdenes se olvidaban regularmente por ignorancia o por malicia de los subalternos..."

1.150.000 personas vivían de rentas propias o del dinero de otro o del Estado, sin producir por sí mismos, lo que constituía un 30% de la población adulta masculina. 

Jovellanos, en su Informe sobre la ley Agraria decía: "...tantas cátedras que no son más que un cebo para llamar a las carreras literarias a la juventud, destinada por la Naturaleza y la buena política a las artes útiles, y para amontonarla y sepultarla en las clases estériles, robándola a las clases productivas; tantas cátedras, en fin, que sólo sirven para hacer que superabunden los capellanes y los frailes, y los médicos, los letrados, los escribanos y sacristanes, mientras escasean los arrieros, los marineros, los artesanos y labradores, ?no estarían mejor suprimidas y aplicada su dotación a esta enseñanza provechosa?"

Carlos III ordenó que las artes mecánicas no fueran consideradas oficios viles, pero la mentalidad española se resistió a admitir ese punto de vista: la industria y el comercio continuaron considerándose incompatibles con la dignidad de un Grande de España, de un título de Castilla, y aún de un simple hidalgo.

En el siglo XVII como en el siglo XVIII, la casi totalidad de los ingresos públicos se destina a sostener la Casa Real, los órganos superiores de la administración, la diplomacia, la guerra y la marina; es decir, lo que constituye la célula inicial del Estado.
Es decir que como en la Edad Media, el aparato real (el soberano que asegura la paz interior contra el enemigo, y las deudas que de estas acciones se derivan) integra la casi totalidad del presupuesto español, hasta bien entrado el siglo XIX.

Es que en verdad, los cambios que se plantearon no fueron sustanciales. La dilapidación en la Corona seguía siguió siendo un hecho, aunque se intentó disminuir el número de religiosos, por ejemplo, no se disminuyeron los privilegios de la Inquisición (por ej. con Felipe V); y la disminución de la nobleza ociosa, supuestamente se produce cuando es en el siglo XVIII cuando la institución del mayorazgo llega a su máxima extensión. 
En el propio pensamiento de gente como Campomanes o Jovellanos se ve su pensamiento contradictorio: aunque veían los daños que causaba el mayorazgo en la práctica económica y social de España, la justificaban como forma de conservar  a la nobleza.

"Justo es que la nobleza, ya que no puede ganar con la guerra estados ni riquezas, se sostenga con las que ha recibido de sus mayores". De trabajar ni hablamos...

La máxima concesión de la monarquía ilustrada fue la famosa real cédula del 18 de marzo de 1783, declarando honestas todas las profesiones y abriendo la posibilidad de ennoblecimiento a la familia que durante tres generaciones hubiese mantenido un establecimiento industrial o mercantil.

 La antigua constitución de Barcelona excluía del gobierno a los nobles "porque son gente que todo lo queiren mandar sin trabajar", y se proponía "conservar las prerrogativas de la hidalguía pobre y laboriosa y degradas a la miserable y ociosa".
Las industrias creadas con apoyo estatal no resultaron fructíferos. La industria de tipo capitalista sólo en Cataluña adquirió verdadera fuerza.
La burguesía comerciante se limitó a contados núcleos urbanos que mantenían relaciones con el exterior.

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